Poema de Gilgamesh
(Literatura mesopotámica)
El Consejo de Mayores
de la ciudad de Uruk
-El Redil-
le dijo a Gilgamés:
Vuelve sano y salvo al puerto
de nuestra querida Uruk.
No confíes, Gilgamés,
en tu fuerza solamente.
Observa detenidamente,
fíjate bien y, entonces,
golpea con fuerte golpe.
El que por delante va
a su compañero salva,
el que conoce el camino
da protección a su amigo.
Que te preceda Enkido,
pues él conoce el camino
que va al monte de los cedros;
está probado en la lucha,
y es experto en el combate;
por su amigo estará en guardia,
protegerá al compañero;
sano y salvo lo traerá,
de nuevo, Enkido a su hogar,
con sus mujeres amadas.
En esta nuestra asamblea
te hemos confiado al rey
para que tú lo protejas;
debes traerlo de vuelta
y reintegrarlo, otra vez,
a Uruk, entre nosotros.
Gilgamés abrió la boca
para hablar y dijo a Enkido:
ven, amigo mío, ven,
vamos al palacio excelso,
a rendirle pleitesía
a Ninsuna, la gran reina.
Ninsuna es sabia y prudente,
y muy entendida en todo;
nuestros pasos guiará
en la dirección correcta.
Se cogieron de la mano
y Enkido y Gilgamés
se fueron al palacio excelso
a rendirle pleitesía
a la gran reina Ninsuna.
Entró, entonces, Gilgamés
y, poniéndose ante ella,
a Ninsuna así le habló:
Valeroso como soy,
voy a ponerme en camino
hacia Jumbaba, entraré
en encarnizada lucha
con algo desconocido.
Voy a tomar un camino
que no conozco; por ello,
dadme vuestra bendición
para mi viaje tan largo.
Que vuelva a ver vuestro rostro.
Que retorne sano y salvo
y alegre de corazón,
por la gran puerta de Uruk.
Al volver, celebraré
la fiesta del Año Nuevo
dos veces; la fiesta, al año,
dos veces celebraré.
Que llegue a tener lugar
la celebración, que se oigan,
fuertes, los gritos de fiesta,
y en la presencia vuestra
que redoblen los tambores.
La Gran Vaca Ninsuna,
durante rato escuchó,
con mucha y con honda pena,
las palabras de su hijo,
de Gilgamés, y de Enkido.
Siete veces pasó al cuarto
del lavatorio, y siete
se lavó con tamarisco
y con hierba jabonera.
Se vistió con ropa fina
para su cuerpo adornar,
y eligió un bello collar
para adornar su pechera.
Se colocó la corona
y se puso una diadema,
y las hijas del amor
hacia el suelo se inclinaban.
Comenzó a subir escaleras
y subió hasta la terraza,
hasta la alta azotea.
En la terraza hizo arder
el incienso en un brasero.
Con el incienso humeante,
suplicantes, elevó
sus manos hacia el dios Sol:
¿Por qué has dotado a mi hijo
de espíritu tan inquieto?
Sí, tú has llegado hasta él
y lo has llevado a emprender
el largo camino al monte
donde está el Malo Jumbaba;
lo has llevado a acometer
una lucha con lo ignoto,
a recorrer un camino
para él desconocido.
Mientras que dure su viaje
de ida y de regreso,
hasta que logre llegar
al gran monte de los cedros,
hasta que haya derribado
a Jumbaba, el salvaje,
y hasta que haya echado
de este mundo al Maligno,
al que odias tanto tú,
que Aya, tu esposa amada,
te recuerde cada día,
en los que vas caminando
alrededor de la tierra:
Concede la protección
de los guardias de la noche.
Desde que salga el lucero
hasta que desaparezca
la estrella de la mañana.
Oh Samas, tú abres las puertas
para que salga el ganado;
te muestras a los países
para que crezcan las plantas
y pasten los animales.
Con tu luz las tierras altas
configuran su contorno;
los cielos se vuelven claros;
los animales del campo
celebran tu resplandor.
Cuando se muestra tu luz,
se reúnen las personas;
la asamblea de los dioses
espera a que aparezca
tu resplandeciente ser.
Aya, tu esposa querida,
que, sin temor, te recuerde:
concede la protección
de los guardas de la noche;
también del dios Luna, Sin.
Durante el tiempo que esté
en camino Gilgamés
hacia el monte de los cedros,
haz que sean los días largos,
que sean cortas las noches.
Que su cíngulo esté
bien ceñido a sus riñones,
que sus pasos sean seguros.
Que, cuando llegue la noche,
instalen el campamento.
Que sea reparador
su sueño cuando, de noche,
se echen a descansar.
Que Aya, tu esposa amada,
te recuerde sin temor:
cuando Gilgamés y Enkido
se enfrenten a Jumbaba,
oh Samas, que se desaten
los vientos de temporal:
el viento sur, el del norte,
el solano y el poniente,
el viento del mal oraje,
el viento de la ventisca,
el huracanado viento,
el viento de la tormenta,
el viento del remolino,
el de la peste, y la escarcha,
el de la nieve, y el viento
de la arena del desierto.
Que se levanten los trece
vientos, y que se ensombrezca
la faz de Jumbaba, el Malo,
que el arma de Gilgamés
dé con Jumbaba en el suelo.
Cuando tu rojizo fuego
se haya desparramado:
vuelve tu rostro, oh Samas,
a aquellos que te imploran.
Que te lleven en volandas
las mulas de pies ligeros;
que tengas, después del día,
asiento reparador
y cama para la noche.
Que los dioses, tus hermanos,
te sirvan buena comida
para tu mejor contento.
Que Aya, tu esposa amada,
te limpie el sudor de la frente
con la orilla del vestido.
Por segunda vez Ninsuna,
la Gran Vaca, elevó
a Samas su oración:
Oh Samas, ¿es que no va
a sentarse Gilgamés
en el cielo con los dioses?
¿Por qué no va a compartir
el cielo, en tu presencia?
¿Es que no va a ser él sabio,
como, también, lo es Ea,
cuando esté en el océano
de las aguas más profundas?
¿Por qué no va a reinar,
con Irnina, en el reino
de los cabezas negras?(1)
¿No va a estar, con Ningiscida,
en el País Sin Retorno?
Haz que llegue sano, oh Sol,
al final de su camino,
que no tenga contratiempo
en el monte de los cedros;
que los dioses principales,
que tienen su trono allí,
protejan a Gilgamés
hasta que mate a Jumbaba,
y corte el cedro mayor
para una puerta en Nipur.
Cuando terminó Ninsún,
al dios Samas, de implorar,
Ninsún, la Vaca Salvaje,
que era sabia y prudente
y que entendía de todo,
la madre de Gilgamés,
bajó sus manos alzadas,
apagó, luego, el brasero
y bajó de la terraza;
llamó a Enkido ante sí,
le confió su voluntad:
Valeroso Enkido, tú
no has salido de mi vientre,
sin embargo, desde ahora,
pertenecerá tu estirpe
a la de aquellos que están
a Gilgamés dedicados
en el Templo; a la estirpe
de las esposas sagradas,
a la de las mujeres santas,
las hijas del amor divinas,
y a la de los servidores.
Yo te pongo, Enkido mío,
mis insignias en tu cuello.
Las esposas te acogieron
como a un ser abandonado,
y las hijas del amor,
como a un desamparado.
Oh Enkido, hijo mío,
yo te confío a Gilgamés;
él te elegirá a ti
entre todos los que tienen
su vida a él dedicada.
Y también le recordó:
mientras que estéis en camino
hacia el monte de los cedros,
que los días sean largos,
que sean cortas las noches,
y que estén vuestras cinturas
bien ceñidas, y que sea
vuestro caminar seguro.
Y cuando llegue la noche,
levantad el campamento,
que los guardias de la noche
os concedan protección,
que sea reparador
el sueño cuando, de noche,
os echéis a descansar.
Y Enkido le respondió
a la Gran Vaca, Ninsuna:
mi hermano es Gilgamés,
y yo lo protegeré.
Hasta donde quiera ir
su corazón, iré yo;
prometo no abandonarte,
hasta que esté, de su viaje,
de vuelta en mi compañía.
Y yo lo acompañaré
hasta el monte de los cedros,
aunque un mes durase el viaje,
y aunque un año durase,
no lo abandonaré nunca.
Mi amigo es Gilgamés.
Su amigo lo guiará
hasta que llegue a la entrada
del gran monte de los cedros,
donde reside Jumbaba.
Enkido, en el templo excelso
hizo ofrendas al dios Samas
y a la princesa Istar.
Gilgamés en el palacio
quemó incienso y enebro
a Lugalbanda, su dios.
Los servidores reales
estaban allí presentes,
le daban la bendición.
Los primeros de entre ellos
impartían los consejos,
la despedida le daban.
de la ciudad de Uruk
-El Redil-
le dijo a Gilgamés:
Vuelve sano y salvo al puerto
de nuestra querida Uruk.
No confíes, Gilgamés,
en tu fuerza solamente.
Observa detenidamente,
fíjate bien y, entonces,
golpea con fuerte golpe.
El que por delante va
a su compañero salva,
el que conoce el camino
da protección a su amigo.
Que te preceda Enkido,
pues él conoce el camino
que va al monte de los cedros;
está probado en la lucha,
y es experto en el combate;
por su amigo estará en guardia,
protegerá al compañero;
sano y salvo lo traerá,
de nuevo, Enkido a su hogar,
con sus mujeres amadas.
En esta nuestra asamblea
te hemos confiado al rey
para que tú lo protejas;
debes traerlo de vuelta
y reintegrarlo, otra vez,
a Uruk, entre nosotros.
Gilgamés abrió la boca
para hablar y dijo a Enkido:
ven, amigo mío, ven,
vamos al palacio excelso,
a rendirle pleitesía
a Ninsuna, la gran reina.
Ninsuna es sabia y prudente,
y muy entendida en todo;
nuestros pasos guiará
en la dirección correcta.
Se cogieron de la mano
y Enkido y Gilgamés
se fueron al palacio excelso
a rendirle pleitesía
a la gran reina Ninsuna.
Entró, entonces, Gilgamés
y, poniéndose ante ella,
a Ninsuna así le habló:
Valeroso como soy,
voy a ponerme en camino
hacia Jumbaba, entraré
en encarnizada lucha
con algo desconocido.
Voy a tomar un camino
que no conozco; por ello,
dadme vuestra bendición
para mi viaje tan largo.
Que vuelva a ver vuestro rostro.
Que retorne sano y salvo
y alegre de corazón,
por la gran puerta de Uruk.
Al volver, celebraré
la fiesta del Año Nuevo
dos veces; la fiesta, al año,
dos veces celebraré.
Que llegue a tener lugar
la celebración, que se oigan,
fuertes, los gritos de fiesta,
y en la presencia vuestra
que redoblen los tambores.
La Gran Vaca Ninsuna,
durante rato escuchó,
con mucha y con honda pena,
las palabras de su hijo,
de Gilgamés, y de Enkido.
Siete veces pasó al cuarto
del lavatorio, y siete
se lavó con tamarisco
y con hierba jabonera.
Se vistió con ropa fina
para su cuerpo adornar,
y eligió un bello collar
para adornar su pechera.
Se colocó la corona
y se puso una diadema,
y las hijas del amor
hacia el suelo se inclinaban.
Comenzó a subir escaleras
y subió hasta la terraza,
hasta la alta azotea.
En la terraza hizo arder
el incienso en un brasero.
Con el incienso humeante,
suplicantes, elevó
sus manos hacia el dios Sol:
¿Por qué has dotado a mi hijo
de espíritu tan inquieto?
Sí, tú has llegado hasta él
y lo has llevado a emprender
el largo camino al monte
donde está el Malo Jumbaba;
lo has llevado a acometer
una lucha con lo ignoto,
a recorrer un camino
para él desconocido.
Mientras que dure su viaje
de ida y de regreso,
hasta que logre llegar
al gran monte de los cedros,
hasta que haya derribado
a Jumbaba, el salvaje,
y hasta que haya echado
de este mundo al Maligno,
al que odias tanto tú,
que Aya, tu esposa amada,
te recuerde cada día,
en los que vas caminando
alrededor de la tierra:
Concede la protección
de los guardias de la noche.
Desde que salga el lucero
hasta que desaparezca
la estrella de la mañana.
Oh Samas, tú abres las puertas
para que salga el ganado;
te muestras a los países
para que crezcan las plantas
y pasten los animales.
Con tu luz las tierras altas
configuran su contorno;
los cielos se vuelven claros;
los animales del campo
celebran tu resplandor.
Cuando se muestra tu luz,
se reúnen las personas;
la asamblea de los dioses
espera a que aparezca
tu resplandeciente ser.
Aya, tu esposa querida,
que, sin temor, te recuerde:
concede la protección
de los guardas de la noche;
también del dios Luna, Sin.
Durante el tiempo que esté
en camino Gilgamés
hacia el monte de los cedros,
haz que sean los días largos,
que sean cortas las noches.
Que su cíngulo esté
bien ceñido a sus riñones,
que sus pasos sean seguros.
Que, cuando llegue la noche,
instalen el campamento.
Que sea reparador
su sueño cuando, de noche,
se echen a descansar.
Que Aya, tu esposa amada,
te recuerde sin temor:
cuando Gilgamés y Enkido
se enfrenten a Jumbaba,
oh Samas, que se desaten
los vientos de temporal:
el viento sur, el del norte,
el solano y el poniente,
el viento del mal oraje,
el viento de la ventisca,
el huracanado viento,
el viento de la tormenta,
el viento del remolino,
el de la peste, y la escarcha,
el de la nieve, y el viento
de la arena del desierto.
Que se levanten los trece
vientos, y que se ensombrezca
la faz de Jumbaba, el Malo,
que el arma de Gilgamés
dé con Jumbaba en el suelo.
Cuando tu rojizo fuego
se haya desparramado:
vuelve tu rostro, oh Samas,
a aquellos que te imploran.
Que te lleven en volandas
las mulas de pies ligeros;
que tengas, después del día,
asiento reparador
y cama para la noche.
Que los dioses, tus hermanos,
te sirvan buena comida
para tu mejor contento.
Que Aya, tu esposa amada,
te limpie el sudor de la frente
con la orilla del vestido.
Por segunda vez Ninsuna,
la Gran Vaca, elevó
a Samas su oración:
Oh Samas, ¿es que no va
a sentarse Gilgamés
en el cielo con los dioses?
¿Por qué no va a compartir
el cielo, en tu presencia?
¿Es que no va a ser él sabio,
como, también, lo es Ea,
cuando esté en el océano
de las aguas más profundas?
¿Por qué no va a reinar,
con Irnina, en el reino
de los cabezas negras?(1)
¿No va a estar, con Ningiscida,
en el País Sin Retorno?
Haz que llegue sano, oh Sol,
al final de su camino,
que no tenga contratiempo
en el monte de los cedros;
que los dioses principales,
que tienen su trono allí,
protejan a Gilgamés
hasta que mate a Jumbaba,
y corte el cedro mayor
para una puerta en Nipur.
Cuando terminó Ninsún,
al dios Samas, de implorar,
Ninsún, la Vaca Salvaje,
que era sabia y prudente
y que entendía de todo,
la madre de Gilgamés,
bajó sus manos alzadas,
apagó, luego, el brasero
y bajó de la terraza;
llamó a Enkido ante sí,
le confió su voluntad:
Valeroso Enkido, tú
no has salido de mi vientre,
sin embargo, desde ahora,
pertenecerá tu estirpe
a la de aquellos que están
a Gilgamés dedicados
en el Templo; a la estirpe
de las esposas sagradas,
a la de las mujeres santas,
las hijas del amor divinas,
y a la de los servidores.
Yo te pongo, Enkido mío,
mis insignias en tu cuello.
Las esposas te acogieron
como a un ser abandonado,
y las hijas del amor,
como a un desamparado.
Oh Enkido, hijo mío,
yo te confío a Gilgamés;
él te elegirá a ti
entre todos los que tienen
su vida a él dedicada.
Y también le recordó:
mientras que estéis en camino
hacia el monte de los cedros,
que los días sean largos,
que sean cortas las noches,
y que estén vuestras cinturas
bien ceñidas, y que sea
vuestro caminar seguro.
Y cuando llegue la noche,
levantad el campamento,
que los guardias de la noche
os concedan protección,
que sea reparador
el sueño cuando, de noche,
os echéis a descansar.
Y Enkido le respondió
a la Gran Vaca, Ninsuna:
mi hermano es Gilgamés,
y yo lo protegeré.
Hasta donde quiera ir
su corazón, iré yo;
prometo no abandonarte,
hasta que esté, de su viaje,
de vuelta en mi compañía.
Y yo lo acompañaré
hasta el monte de los cedros,
aunque un mes durase el viaje,
y aunque un año durase,
no lo abandonaré nunca.
Mi amigo es Gilgamés.
Su amigo lo guiará
hasta que llegue a la entrada
del gran monte de los cedros,
donde reside Jumbaba.
Enkido, en el templo excelso
hizo ofrendas al dios Samas
y a la princesa Istar.
Gilgamés en el palacio
quemó incienso y enebro
a Lugalbanda, su dios.
Los servidores reales
estaban allí presentes,
le daban la bendición.
Los primeros de entre ellos
impartían los consejos,
la despedida le daban.
Mahabarata (epopeya hindú)
Eclesiastés 1,2-11
( literatura hebrea)
¡Vanidad de vanidades -dice Qohelelén
(hijo de David, rey de Jerusalén).
¡Vanidad de vanidades, todo es vanidad!
¿Qué saca el hombre de todas las fatigas
que lo fatigan bajo el sol?
Generación va,
generación viene,
la tierra siempre está quieta.
Sale el sol, se pone el sol,
jadea hacia su puesto; de allí vuelve a salir.
Camina al sur, gira al norte,
gira y gira y camina al viento.
Todos los ríos caminan al mar
y el mar no se llena.
Del sitio adonde llegan los ríos,
De allí vuelven a caminar.[…]
Lo que fue, eso será; lo que pasó, pasará:
nada hay nuevo bajo el sol.
Si de algo se dice: “Mira, esto es nuevo”,
Ya sucedió antes de nosotros.
Nadie se acuerda de los pasados
Y lo mismo pasará con los futuros:
No los recordarán sus sucesores.
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