martes, 20 de septiembre de 2016

TEXTOS DE LA ANTIGÜEDAD

Poema de Gilgamesh
(Literatura mesopotámica)
El Consejo de Mayores 
de la ciudad de Uruk 
-El Redil- 
le dijo a Gilgamés:
Vuelve sano y salvo al puerto
de nuestra querida Uruk. 
No confíes, Gilgamés, 
en tu fuerza solamente. 
Observa detenidamente, 
fíjate bien y, entonces, 
golpea con fuerte golpe.
El que por delante va 
a su compañero salva, 
el que conoce el camino 
da protección a su amigo. 

Que te preceda Enkido, 
pues él conoce el camino 
que va al monte de los cedros; 
está probado en la lucha, 
y es experto en el combate; 
por su amigo estará en guardia, 
protegerá al compañero; 
sano y salvo lo traerá, 
de nuevo, Enkido a su hogar, 
con sus mujeres amadas.

En esta nuestra asamblea 
te hemos confiado al rey 
para que tú lo protejas; 
debes traerlo de vuelta 
y reintegrarlo, otra vez, 
a Uruk, entre nosotros.

Gilgamés abrió la boca 
para hablar y dijo a Enkido:
ven, amigo mío, ven, 
vamos al palacio excelso, 
a rendirle pleitesía 
a Ninsuna, la gran reina. 
Ninsuna es sabia y prudente, 
y muy entendida en todo; 
nuestros pasos guiará 
en la dirección correcta.

Se cogieron de la mano 
y Enkido y Gilgamés 
se fueron al palacio excelso 
a rendirle pleitesía 
a la gran reina Ninsuna. 
Entró, entonces, Gilgamés 
y, poniéndose ante ella, 
a Ninsuna así le habló:

Valeroso como soy, 
voy a ponerme en camino 
hacia Jumbaba, entraré 
en encarnizada lucha 
con algo desconocido. 
Voy a tomar un camino 
que no conozco; por ello, 
dadme vuestra bendición
para mi viaje tan largo.
Que vuelva a ver vuestro rostro. 
Que retorne sano y salvo 
y alegre de corazón,
por la gran puerta de Uruk.

Al volver, celebraré 
la fiesta del Año Nuevo 
dos veces; la fiesta, al año,
dos veces celebraré.
Que llegue a tener lugar 
la celebración, que se oigan, 
fuertes, los gritos de fiesta, 
y en la presencia vuestra 
que redoblen los tambores.

La Gran Vaca Ninsuna, 
durante rato escuchó, 
con mucha y con honda pena, 
las palabras de su hijo, 
de Gilgamés, y de Enkido. 
Siete veces pasó al cuarto 
del lavatorio, y siete 
se lavó con tamarisco 
y con hierba jabonera. 
Se vistió con  ropa fina
para su cuerpo adornar, 
y eligió un bello collar  
para adornar su pechera. 
Se colocó la corona
y se puso una diadema,
y las hijas del amor
hacia el suelo se inclinaban.

Comenzó a subir escaleras 
y subió hasta la terraza, 
hasta la alta azotea. 
En la terraza hizo arder 
el incienso en un brasero. 
Con el incienso humeante, 
suplicantes, elevó 
sus manos hacia el dios Sol: 
¿Por qué  has dotado a mi hijo 
de espíritu tan inquieto? 
Sí, tú has llegado hasta él
y lo has llevado a emprender
el largo camino al monte
donde está el Malo Jumbaba; 
lo has llevado a acometer 
una lucha con lo ignoto, 
a recorrer un camino 
para él  desconocido.

Mientras  que dure su viaje 
de ida y de regreso, 
hasta que logre llegar 
al gran monte de los cedros, 
hasta que haya derribado 
a Jumbaba, el salvaje, 
y hasta que haya echado 
de este mundo al Maligno, 
al que odias tanto tú,
que Aya, tu esposa amada, 
te recuerde cada día, 
en los que vas caminando 
alrededor de la tierra:

Concede la protección 
de los guardias de la noche. 
Desde que salga  el lucero
 hasta que desaparezca 
la estrella de la mañana. 
Oh Samas, tú abres las puertas 
para que salga el ganado;
te muestras a los países
 para que crezcan las plantas 
y pasten los animales. 
Con tu luz las tierras altas 
configuran su contorno;
los cielos se vuelven claros;
los animales del campo 
celebran tu resplandor.

Cuando se muestra tu luz, 
se reúnen las personas; 
la asamblea de los dioses 
espera a que aparezca 
tu resplandeciente ser. 

Aya, tu esposa querida, 
que, sin temor, te recuerde:
concede la protección 
de los guardas de la noche;
también del dios Luna, Sin.
Durante el tiempo que esté 
en camino Gilgamés 
hacia el monte de los cedros,
haz que sean los días largos, 
que sean cortas las noches. 
Que su cíngulo esté 
bien ceñido a sus riñones, 
que sus pasos sean seguros. 
Que, cuando llegue la noche, 
instalen el campamento. 
Que sea reparador 
su sueño cuando, de noche,
se echen a descansar.

Que Aya, tu esposa amada, 
te recuerde sin temor:
cuando Gilgamés y Enkido 
se enfrenten a Jumbaba, 
oh Samas, que se desaten 
los vientos de temporal: 
el  viento sur, el del norte, 
el solano y el poniente,  
el viento del mal oraje,
el viento de la ventisca, 
el huracanado viento, 
el viento de la tormenta, 
el viento del remolino, 
el de la peste, y la escarcha, 
el de la nieve, y el viento 
de la arena del desierto.
 
Que se levanten los trece 
vientos, y que se ensombrezca 
la faz de Jumbaba, el Malo, 
que el arma de Gilgamés 
dé con Jumbaba en el suelo. 

Cuando tu rojizo fuego 
se haya desparramado:
vuelve tu rostro, oh Samas, 
a aquellos que te imploran.

Que te lleven en volandas 
las mulas de pies ligeros; 
que tengas, después del día, 
asiento reparador 
y cama para la noche.
Que los dioses, tus hermanos,
te sirvan buena comida 
para tu mejor contento. 
Que Aya, tu esposa amada, 
te limpie el sudor de la frente 
con la orilla del vestido.

Por segunda vez Ninsuna, 
la Gran Vaca, elevó 
a Samas su oración:

Oh Samas, ¿es que no va 
a sentarse Gilgamés 
en el cielo con los dioses? 
¿Por qué no va a compartir 
el cielo, en tu presencia? 
¿Es que no va a ser él sabio, 
como, también, lo es Ea, 
cuando esté en el océano 
de las aguas más profundas? 
¿Por qué no va a reinar, 
con Irnina, en el reino 
de los cabezas negras?(1) 
¿No va a estar, con Ningiscida, 
en el País Sin Retorno? 

Haz que llegue sano, oh Sol, 
al final de su camino,
que no tenga contratiempo 
en el monte de los cedros;
que los dioses principales,
que tienen su trono allí,
protejan a Gilgamés
hasta que mate a Jumbaba,
y corte el cedro mayor
para una puerta en Nipur.

Cuando terminó Ninsún,
al dios Samas, de implorar, 
Ninsún, la Vaca Salvaje, 
que era sabia y prudente 
y que entendía de todo, 
la madre de Gilgamés, 
bajó sus manos alzadas,
apagó, luego, el brasero  
y bajó de la terraza; 
llamó a Enkido ante sí, 
le confió su voluntad:

Valeroso Enkido, tú
no has salido de mi vientre, 
sin embargo, desde ahora, 
pertenecerá tu estirpe 
a la de aquellos que están
a Gilgamés dedicados
en el Templo; a la estirpe
de las esposas sagradas,
a la de las mujeres santas,
las hijas del amor divinas, 
y a la de los servidores. 

Yo te pongo, Enkido mío, 
mis insignias en tu cuello. 

Las esposas te acogieron 
como a un ser abandonado, 
y las hijas del amor, 
como a un desamparado. 
Oh Enkido, hijo mío, 
yo te confío a Gilgamés; 
él te elegirá a ti 
entre todos los que tienen 
su vida a él dedicada.

Y también le recordó:
mientras que estéis en camino 
hacia el monte de los cedros, 
que los días sean largos, 
que sean cortas las noches, 
y que estén vuestras cinturas 
bien ceñidas, y que sea 
vuestro caminar seguro. 
Y cuando llegue la noche, 
levantad el campamento, 
que los guardias de la noche 
os concedan protección,
que sea reparador 
el sueño cuando, de noche,
os echéis a descansar. 

Y Enkido le respondió 
a la Gran Vaca, Ninsuna:
mi hermano es Gilgamés,
y yo lo protegeré.
Hasta donde quiera ir 
su corazón, iré yo; 
prometo no abandonarte, 
hasta que esté, de su viaje,
de vuelta en mi compañía. 
Y yo lo acompañaré 
hasta el monte de los cedros, 
aunque un mes durase el viaje, 
y aunque un año durase, 
no lo abandonaré nunca.
Mi amigo es Gilgamés. 
Su amigo lo guiará
hasta que llegue a la entrada 
del gran monte de los cedros,
donde reside Jumbaba.

Enkido, en el templo excelso
hizo ofrendas al dios Samas
y a la princesa Istar.
Gilgamés en el palacio
quemó incienso y enebro
a Lugalbanda, su dios. 
Los servidores reales
estaban allí presentes,
le daban la bendición.
Los primeros de entre ellos
impartían los consejos, 
la despedida le daban.


Mahabarata (epopeya hindú)


Eclesiastés 1,2-11
( literatura hebrea)
¡Vanidad de vanidades -dice Qohelelén
 (hijo de David, rey de Jerusalén).
¡Vanidad de vanidades, todo es vanidad!
¿Qué saca el hombre de todas las fatigas
que lo fatigan bajo el sol?
Generación va, generación viene,
la tierra siempre está quieta.
Sale el sol, se pone el sol,
jadea hacia su puesto; de allí vuelve a salir.
Camina al sur, gira al norte,
gira y gira y camina al viento.
Todos los ríos caminan al mar
y el mar no se llena.
Del sitio adonde llegan los ríos,
De allí vuelven a caminar.[…]
Lo que fue, eso será; lo que pasó, pasará:
nada hay nuevo bajo el sol.
Si de algo se dice: “Mira, esto es nuevo”,
Ya sucedió antes de nosotros.
Nadie se acuerda de los pasados
Y lo mismo pasará con los futuros:
No los recordarán sus sucesores.






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